La obra de Julio García impresiona por su contundencia y su coherencia conceptual.
Si tuviéramos que elegir alguna característica que lo defina, quizás la más relevante sea su esplendorosa ambigüedad. De estructura aparentemente abstracta, todas sus pinturas poseen una sugerente fuerza expresiva y están dotadas de una evocación constante de una figuración subyacente impregnada de poéticas paisajísticas y en la que abundan elementos simbólicos. El color y la textura son elementos principales de su hacer, pero su trabajo está lleno de mixturas geométricas, a veces sugeridas, otras explícitamente incorporadas como elementos que trasfiguran el espacio. En su pintura abundan el dramatismo, sugerido y, a veces, oculto, la desestructuración del punto de vista, y el manejo casi mágico de las variaciones sutiles de color. En algunos de ellos, el monocromatismo nos induce, a través de texturas superpuestas y fantasmagóricas sugerencias figurativas en segundo plano, a un desasosiego que nos sugiere el aliento de un verdadero artista. En otros es la irrupción de un color puro el que subraya los componentes figurativos de la obra. En toda su producción palpita un deseo de espacio ilimitado y una vibración tenebrosa y lúcida que atestigua nuestra impresión de encontrarnos ante un artista completo, explorador de realidades ocultas a través de una visión desgarradora de la realidad pictórica, pero de una estética elegante y precisa. No me cabe ninguna duda al calificar a Julio García no como una promesa de arte, sino como un auténtico artista, cuya obra no puede hacer sino crecer y extenderse con el tiempo. Pocas veces he tenido la oportunidad de contemplar una obra que ya en sus primeras fases contenga tanto talento y tanta contundencia expresiva. Sin duda, un auténtico descubrimiento.
Rubén Distasi.